21 febrero 2010

SOLO QUERÍA UN CAFÉ

Aquella tarde al caer el sol, solo me apetecía tomar un café, no quería nada mas. Hacía frío, y era lo que mejor podía entrar en mi cuerpo helado. Helado por las bajas temperaturas de mi ciudad y por historias pasadas que poco a poco fueron vampirizando mi vida.
Hubo un tiempo que bebí el elixir equivocado. Ya nadie se promete mas allá del tiempo, y se muere en vida, pero hay amores que no pueden morir jamás.
Aquella inocente acción requirió que a pesar del calor embriagador de esa bebida debiera mantener mi cabeza fría. Y agachada. La gente que vive como vampiros no pueden permitir que les de la luz del sol, y mucho menos mirarla fijamente.
Y con aquel café empecé a acostumbrarme a fluorescentes, bombillas y demás luces artificiales que hacen que crea que vivo en el día para volver a morir en las noches, como cuando en antaño fui mortal ante su boca.
¡Qué injusto eres amor! No sabes distinguir entre vivos y muertos, y enloqueces a todos haciendo que vivamos entre desvaríos. Permitiste que saliera de mi oscuridad y mi eternidad donde estaba protegida poniendo distancia entre la vida y la muerte.
Déjame ahora volver a mi cueva profunda o dame la cura que haga que mi corazón vuelva a latir. Porque hacerse la viva sin pulso entre los mortales es muy complicado, y a los muertos también nos duelen los recuerdos, las vivencias actuales y el futuro que nunca podremos llegar a tener.
Por muchos cafés que tome, nunca llegaré a templar mi alma.

*Y como dijo Don Ricardo, con el café cambiaste mi vida, mi ritmo, mi espacio, mi tiempo, mi historia, mis sueños y todo. Y me agregaste risas, dos dudas, un duende, un par de fantasmas y este amor que te tengo.*

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