13 diciembre 2007

DULCE CONDENA


Creo que llevaba mas de quince días sin sentir tu aliento en mi cuello. No pude aguantar mas, tuve que llamarte para decirte que mi cuerpo necesitaba del tuyo. Sé que te puse en un compromiso diciéndote todas esas cosas que te haría al verte. Sólo quedaban unas horas para cumplirlo, aún así, me parecieron siglos.

Tras una curva de la autovía observé un desierto, nunca me pareció verlo, y si lo había hecho alguna vez, jamás lo creí tan extenso. Tal vez sería que ese pedacito de tierra era lo único que me separaba ya de ti.

Bajé de aquel autobús y ya te noté cerca, aún no te veía, pero sabía que estabas esperando.

Aún con el peso de mi equipaje, dos mochilas y una saca, tuve fuerzas suficientes para correr hacia la puerta de aquel aparcamiento sombrío donde tu sonrisa en el interior del coche iluminaban los rincones mas oscuros. Apenas guardé el equipaje ya te estaba devorando con la mirada, y con mis labios, pues a pesar de aquel uniforme y de la gente de alrededor necesitaba besarte.

Me metí en el coche, tu conducías, no podía dejar de mirarte. Ni de olerte. Tu olor, el que hacía días no sentía, hizo que aquella parte de mi cuerpo olvidada por semana y pico volviera a tener protagonismo en aquella vestimenta que, deseaba acabara en el suelo de mi cuarto junto a tu ropa.

No sé cómo llego a parar mi mano entre tus piernas. sentí calor, humedad y una mirada demasiado picarona en esos momentos de debilidad masculina. Me pediste que parara, no te sentías segura así frente al volante. Paró mi mano, no así mi mente.

Aparcaste, quisiste bajar el equipaje del coche, no te dejé. Te miré, te abracé, te besé. ¡Por Dios abre ya el portal!. Tu no decías nada, solo me mirabas con ojos de saber que quería sentirme mas hombre que nunca aquella tarde entre tus brazos.

Por fin el cuarto, la soledad. Tu y yo. Y mi calor. Y tu sonrisa. Nuestros cuerpos. Me empujaste al baño, me desnudaste con dificultad, lo siento, no pude dejar quietas mis manos. Desconozco como lo hiciste, estaba borracho de ansias, solo se que en un momento ya te estaba sintiendo desnuda detrás de mi a la par que el agua caliente nos empapaba. La esponja con tu mano recorrió todo mi cuerpo. tus pechos hicieron lo propio en mi espalda. Estaban duros, erguidos como nunca, elevados a la máxima potencia...como mi sexo. Cada vez mas fuerte, mas fricción, mas pasión, mas...

Me di la vuelta, te di la vuelta, tu de espaldas a mi, te agarré con fuerza, nunca tuve tanta. Me acerqué, me apreté contra ti, gemiste entre el placer y quizá el dolor de aquel brusco abrazo. No hacía falta que yo me moviera, pues tus caderas y tus ganas hicieron que mis movimientos sobraran. Casi de un golpe seco me echaste hacia atrás, te volteaste y arrodillaste frente a mi. El agua seguía cayendo sobre ti dando a tu ser aspecto de sirena. Tus oscuros ojos se clavaron en los míos mientras cogiste mi pene y lo lamiste suavemente. Como costumbre en ti, fuiste subiendo el ritmo, yo quería moverme, pero tus brazos sostenían vigorosamente mis caderas.

Estaba claro. Tu mandabas. Yo me dejaba dominar.

A punto de conseguir el orgasmo, te alejaste de mi. Saliste de la bañera, y yo como si estuviese atado a ti por una cuerda invisible te seguí, sin casi darme cuenta de cerrar los grifos, hasta la cama. Te sentaste, abriste las piernas leve y lentamente. Caí al suelo. Me enganchaste del pelo y condujiste mi cabeza y mis manos a aquella oscuridad húmeda y placentera para mi boca.

Gemías, gritabas, te retorciste de placer. Jugué con mi lengua como si la estrenara aquel día.

Notaba convulsiones en mis dedos dentro de ti. Te estaba haciendo disfrutar, y con eso disfrutaba yo el doble. Tiraste de mi cabello hacia arriba, pusiste mi cara en tus pechos y entre gemido y susurro escuché "Entra en mi, entra hasta hacerme estremecer".

Tus deseos fueron órdenes para mi.

Te tumbé de lado, quería verte cómoda, me arrodillé sobre el colchón y siguiendo el instinto de nuestros sexos acerqué mi cadera a la tuya y nos unimos de tal modo que parecía que hubiésemos nacido de aquella manera. Tu rostro era precioso, mas que ningún otro día. Brillaba.

Tus ojos me pedían mas y tus suaves quejidos me daban seguridad.Tus pechos se movían al son que yo marcaba, y aún tengo señales de tus uñas de las arrancadas y el ímpetu con el que querías abrazarme y a la vez liberarte de aquella condena, dulce y excitante condena a la que tu misma te habías llevado.

Me insinuaste que ibas a llegar al clímax gritando mi nombre. Como si de palabras mágicas se trataran, encendieron mi atrevimiento de conseguir lo mismo que tu. El señor te hizo perfecta.

Gemí, tu casi aullaste, como si de verdad fueras fiera.
Hubo un momento de rigidez, quietud, arroje del uno contra el otro. No se si fueron segundos, minutos...Perdí la noción del tiempo en aquel instante junto a ti, que solo recuperé al notar tus palpitaciones mientras caía delicadamente sobre tu cuerpo.

Te acaricié, me besaste, te abracé. Colocaste tu cabeza en mi pecho y sin decir mas palabras caímos en el mundo de Morfeo entrelazados por el cansancio.

Conoces de mi, y no dudas que en esa ocasión te amé mas que a nadie.

Sigue durmiendo, y encuentra mi cuerpo cada noche enlazado al tuyo, abatido por el cansancio que me provocó tu dulce condena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encantaria saber el nombre de esa persona que te hace sentir eso en dulce condena que te contare cual es la mia.para AnickA C.C.